domingo, 4 de abril de 2021

La Cerdán

LA CERDÁN

 

        ¡DOÑA CLOTILDEEE!..¿YAAA?, era el loco Vigo quien llamaba apurando a mamá, desde la esquina del Ascoy y volteando por la calle Real rumbo a Trujillo; se había detenido en dicha intersección, apurando a los desesperados pasajeros que llegaban presurosos, a tomar «LA CERDÁN», a la misma vez que sonaba su poderoso claxon.

        Mamá, momentos antes, me vistió con un blue jeans vaquero, tipo Red Readers, que llevaba adherido a la altura de las rodillas una tela de cuero para los niños que aún gateaban. También llevaba una camisa con el cuello bien almidonado y mi pelo brillante de «aceitillo». Cargándome y con unos sándwiches envueltos en papel me llevaba hacia la ventana del chofer, quien desde dentro me recibía como un fardo, me sentó y acomodó al lado izquierdo del timón, de tal manera que podíamos mirarnos y «conversar» durante el trayecto. Así, se avanzaba despacio hasta que subió el último pasajero. Poco a poco dejábamos atrás Cartavio, rumbo a Chiclín.

            La CERDÁN, como era conocida, era el transporte público tradicional del pueblo. Había que estar atento a su horario pues se corría el peligro de perderlo, hasta la próxima salida, lo cual lamentaban muchos. Algunas veces, no se alcanzaba a tomar el último bus nocturno y la desesperación, hacia presa de los pasajeros, que hacían trasbordo a Lima.

            Sus colores característicos, verde oscuro, verde claro y la forma de su trompa, los hacia peculiares e inconfundibles cuando uno regresaba desde Trujillo, por encima de los demás buses. Era muy común parlotear entre pasajeros dentro del bus, aunque otros demostraban indiferencia, hastío o sueño.

          El loco Vigo, desenvolviendo los panes con pollo guisado, me alcanzó parte pierna que yo despachaba con placer, a la misma vez que el engullía aquellos que contenían ají. El viaje era placentero y aunque pasando Chicama el paisaje había cambiado, a mí me resultaba muy atrayente y siempre emocionante. El loco Vigo se había provisto de chocho, que siempre separaba sin ají; para mí, y justo por esos baldíos terrenos iba degustando su agradable sabor.

            El loco Vigo era amigo de la casa y además era muy común verlo tomando su chocolate batido en ponchera y sus panes con queso en el restaurante que atendíamos en casa. De ahí es que cierto día le pidió a mamá, para que yo lo acompañara en algunos de sus viajes, ida y vuelta. Yo esperaba con ansias su llamado. El loco Vigo siempre me hablaba, durante el trayecto, cosas que aún no entendía pues era muy locuaz y gritón, aunque conmigo se portaba amablemente. Me gustaba ir siempre con él, porque en el paradero de Trujillo había un señor que hacía dulce de «algodón» y esa era mi delicia.

            El retorno en la CERDÁN, constituía para mí una pena, pues hubiera deseado que el viaje nunca terminara.

 

 

Por felixx


Fuente oral: Sr. Felix Camilo Esquivel Benitez.

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