Luego
de 2005 apareció en la mente un conflicto nuevo de cómo organizar los
conocimientos para enseñar a los alumnos. Uno de ellos poseía un rendimiento
casi por debajo del promedio en ciertas materias. Aquí les expongo un caso que
cuenta un educador, una historia escrita para nuestras reflexiones diarias
cuando buscamos ser mejor.
Comunicación,
Historia, Educación para el Trabajo, Educación Física, entre tantas más son
algunas de las materias que el alumno y la alumna deberá prestar mucha atención
y más que atención, muchas ganas de aprender en una proporción de conocimientos
para salir victorioso de bimestre, trimestres y/o semestres al final de cada
período académico.
En
una sesión de clase y en broma un alumno dice: -Cuánto profe para que me
apruebe-. Ella respondió en broma: -Yo cuesto mucho, más de mil soles-. La
profesora de Trujillo respondió de esa manera para poder decirle que él no
tiene el dinero necesario y ni tampoco podría sobornarla ni en chiste. La
Coordinadora en plena capacitación al escuchar esta anécdota, le habló delante
de toda la plana docente que no era apropiado seguirle ese tipo de bromas al
alumno, sino se la cree y no entiende mucho menos el mensaje real.
Un
caso similar pasó con otro docente. El alumno dijo: -Profe cuánto para que me
apruebe-. El docente responde: -Si tuvieras que pagarme no habría dinero con
que puedas contentarme. Yo cuesto mucho, mucho más que el dinero que piensas
darme-.
Pasaron
pocos meses luego de la capacitación, quizá menos de dos años, y se vio que un
alumno podía brindar sus apreciaciones acerca de las materias que gustan y no
gustan como si se tratara de fotos en facebook. Fue muy sincero. Lo bueno es
que siempre asistía, casi nunca faltaba y sus inasistencias eran justificadas.
Los docentes en cada reunión daban sus apreciaciones con respecto al
rendimiento de algunos que merecían especial atención porque los conocimientos brindados
parecía que no eran asimilados prosperadamente. Es así que también se les puso
toda la ayuda posible pero resulta que debido a las inteligencias múltiples los
chicos rendían mejor en algunas materias más que en otras. Sabemos que eso no es
pecado.
De
entre los casos especiales, había uno que necesitó atención, y se debía a que olvidaba
lo aprendido. Por eso era que un profesor hasta tuvo que pedirle que ponga de
su parte. Parecía que no era suficiente y desaprobó uno de los tantos períodos
evaluativos.
Su
madre que siempre estaba al tanto de todo el rendimiento de su hijo, llega una
mañana al centro de estudios para poder entender el porqué su hijo no puede
hacer mejor las cosas. El profesor se entrevistó con ella, explicó todo, mostró
sus calificaciones con una atención como un docente dispuesto a apoyar en la
solución.
-¿Qué
puedo hacer profesor?-dijo la mamá
-Señora,
su hijo tendrá que poner de su parte-.
Ella
en pleno patio del plantel sacó de su bolsillo un rollo de “cienes” en billetes
y preguntó -¿Cómo es profesor?- El docente mira agachando la cabeza la mano de
la madre y responde en menos de dos segundos con una sonrisa sana: -Señora, el
promedio que vio no es el resultado final de su hijo. Tiene otras oportunidades
más adelante. Sé que él puede hacerlo mejor y su rendimiento se superará. Si él
muestra empeño todo estará salvado. Tenga confianza. Aconséjelo-.
La
madre de familia dice sus últimas palabras guardando su dinero: -Gracias
profesor. Yo hablaré con él-.
El
tiempo pasó y el muchacho superó la crisis de las calificaciones. La madre y el
padre del alumno invitaban al profesor para que pueda brindarle enseñanza
personalizada en la sala del hogar de
ellos. Invitación que se realizaba esporádicamente con el deseo de hacer al joven,
un ser más inmerso en un mundo lleno de desesperanza y desmotivación. Terminó
el colegio secundario, visitaba a su maestro recordando la secundaria y
contando sus nuevas experiencias; ingresó a la universidad y conoció a una gran
mujer a quien mucho amó. Hasta que un día ya no se dejó ver, desapareció.
Fuente escrita:
¿Quién más?
Fuente gráfica:
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