jueves, 11 de agosto de 2011

Un fantasma en mi cuarto

Un fantasma en mi cuarto
Los años habían marcado mi vida de creencias e incógnitas a lo que se contaba. Al hacerme más grande, aceptar toda cosa que aparecía en una conversación no la aceptaba al pie de la letra.
Cuando llegaba el fin de semana me sentía contento porque no estaría en la “Escuela de Varones” tensionado con esa enseñanza que me hacía ver la vida de cuadritos. Quizá la memoria que se me exigía no era lo mío. Aprender y aprender era bueno pero aprender lo que me gustaba era mejor.
Cuando reunía con amigos de la escuela y sobre todo de mi barrio se presentaban unas narraciones que hacían alerta a mi sentido del oído. Sentía al silencio como el fenómeno que me daba más miedo que el mismo relato que se contaba.
Un día como cualquiera estaba en la sala con la familia, creo que habíamos ya cenado; observaban la televisión y conversaban. Yo caminaba por la casa y observaba el fondo de ella. Cerca del cuarto donde dormía estaba el corral, lugar donde estaba lavando la ropa una de mis hermanas, no sé si María o Azucena. Lograba escuchar la caída de agua del caño, el remojo de la ropa, el raspar de la escobilla, la movida de la bandeja y los pasos de quien pasaba por ahí.
En mi mente examinaba por qué los niños tenemos miedo a los sitios solitarios, las casas vacías o los cuartos oscuros. Y no encontraba respuesta.
Mi cuarto a oscuras, vista desde el lugar donde me acosté. A la izquierda la iluminación desde la cocina. La luz a la pared desde el corral no se nota, es borrosa.

Esa noche quise comprobar si yo podía poseer toda una gran valentía, si podía poner a prueba mi hombría. “Niño varón no llora, niño varón no se queja. Hay que aguantar”-esta frase recordaba de mi padre-.  Al fin decidí y me dije “¿por qué no puedo? No me importa, arriesgaré”.
Me acerqué al cuarto del fondo; pasé por la cocina, después crucé el cuarto que daba junto a ella, luego viendo la luz del foco que iluminaba desde la cocina se apareció en mi pensar “te estás quedando solo. Observa que está más oscuro”. Y entré al cuarto oscuro.

El cuarto oscuro se comunicaba con el corral por medio de una ventana mediana. Al ingresar a mi habitación decidí no prender el foco de energía eléctrica. Fui hasta el camarote de hierro y me acosté. La puerta dejé abierta.
Los minutos pasaban pero ya no escuchaba hablar a mi familia. Mi hermana seguía lavando, pero por un momento parecía que no estaba. La tenue luz de la cocina y del corral no ayudaba en la visión nocturna de mi habitación. Es ahí que no podía controlar el miedo que comenzó a aparecer; traté de luchar contra él y se inició una temblorosa manifestación corporal. Me cubrí con la fresada, tapaba y destapaba mi rostro para observar… ¿observar? pero ¿observar qué cosa? o mejor dicho ¿a quién?
La remembranza hizo ver que estar solo a veces ocurren cosas y no cosas buenas.

Mientras seguía de miedo, aún seguía en la cama. Sin premeditarlo vi, en la proyección de luz que daba a la pared de la habitación, levantarse una sombra muy pero muy oscura, negra. Cuando se levantaba oía un sonido extraño como si saliera de una piscina, como alguien mojado y escurriéndose de ese líquido elemento. Era la silueta de un hombre de perfil como si antes hubiera estado escondido, como si se levantara del piso. Estaba frente a mí pero no me miró y en un dos por tres desapareció. Yo temblé más, mi cuerpo no controlé por más que quería. Luego decidí pedir auxilio: “¡Mamá!” –Hablé despacio porque el miedo me lo impedía-, “¡Mamá!, “¡Mamá!” otra vez y más fuerte tanto así que vinieron corriendo, digo corriendo porque sentía los pasos. Entonces aparecieron mis hermanos y mi papá. Prendieron la luz.
v  ¿Qué tienes Miguel?, -me preguntaron sorprendidos-
v  ¡Vi a una sombra, había alguien ahí en la pared!  –respondí-
v  ¡Levántate, sal de acá, vamos para adentro! –dijeron-

Esa noche aprendí que para un pequeño cuando da mucha importancia al temor, los nervios te traicionan. Una cosa es que hayas vivido lo real y otra es que hayas vivido una acción provocada por ti. ¿Qué viví yo?

Posteriormente; al pasar el tiempo casi inmediato, examiné dicha experiencia que no me gustó nadita. Cuando había entrado a mi cuarto reté una creencia: “Al estar solo puede aparecer el bulto”.
El sonido que escuché al aparecer el fantasma era el agua del corral donde lavaba mi hermana. El mismo fantasma que vi levantarse en la pared de mi cuarto, fue la prenda que mi hermana levantaba con sus manos para colgarla en el cordel de ropa. Mi miedo, apareció porque yo mismo no tenía controlada la emoción del momento. En suma, el fantasma y todo fue creado por mí.


 Fuente oral
  • Miguel Núñez Bartolo